8-Octava visión: Lo abarcante

VIII

En busca del tiempo perdido

El sonido alciónico

Apolo y Dionisio

La unidad en el alma interior (personalidad): lo abarcante

 

La luz nunca es esencial. Lo esencial va unido siempre a lo central, a lo nuclear, a lo profundo, y allí siempre está muy oscuro. “El brillo solo se ve en la superficie, en los bordes”. En un principio era el verbo, y fue creada la luz, es decir que la luz está ligada a la existencia. Con ella nació el tiempo como transcurso, como movimiento y hasta ahora no se ha detenido. Podríamos decir entonces que la luz es el origen del tiempo y con ella se inició la existencia. A medida que el tiempo transcurre – incluso en nuestro tiempo particular – se va alejando de su origen, aunque lo haga por ciclos renovables. Los hombres también somos hijos de la luz, cuando nacemos se dice que nos dan a luz. A medida que dejamos de ser niños y envejecemos nos alejamos también del origen. Los niños suelen estar más cerca de lo puro y de lo luminoso, porque están más cerca que los adultos de ese origen. Creo que el hombre se esencializa demasiado y luego transita por mundos oscuros, sin luz. Si lo esencial es el centro, la sombra y lo existencial la luz, no significa que están separadas. La correspondencia y la alternancia entre esencia y existencia pertenece a un solo y único evento.


La raíz, el tronco y los frutos, son el mismo árbol, aunque el hombre lo separe conceptualmente. Cuando ese árbol busca la luz, lo hace desde las propias raíces oscuras en la tierra, floreciendo, fructificando y madurando hasta llegar a ella en sus aromas. Al igual que el árbol, el poeta va contra el tiempo en busca de ese origen, de esa luz, como los frutos. El poeta es un redentor del hombre, y su visión puede elevarnos hacia esa luz por medio del proceso de purificación que implica su búsqueda.  Dentro de la PANKALIA – o la belleza del mundo en su conjunto -, el poeta a su vez, también es una individualidad como hombre, y en su afán por purificar la vida de los embates del tiempo, crea una nueva temporalidad a la inversa, es decir hacia el origen.  El tiempo pues no será ya el tiempo físico: “la medida del movimiento o de la luz”, sino que será el tiempo vivido, el tiempo recordado, el tiempo soñado. Los hombres se esencializan desmesuradamente durante su vida y se quedan atrapados en la sombra, o se enceguecen en la luz. No hacen como lo árboles que se transforman en el recorrido existencial que unifica su sentido.

La exclusión anímica-existencial del ser humano del Edén, de la Arcadia, de esa Utopía Sosegada y al mismo tiempo intensa de los paraísos, hace aflorar su afán y su nostalgia por esa Edad Dorada y lo impulsa a partir en busca del tiempo perdido. El hombre exiliado de su centro por su propia conciencia, mantiene la profunda sensación de que es un ser caído, un ser preso en la temporalidad y en la fugacidad de su existencia, siendo que su castigo es la conciencia de su sometimiento a la gravedad, y de que su impermanencia forma parte de la infinitud. Pero el poeta sin dejar de ser hombre, redime y purifica esa otra condición del ser humano en cuanto a su sustancia espiritual, y su capacidad de elevarse en vuelo hacia la luz. Los seres alados, aparte de sus atributos de vuelo, poseen el don del canto y lo ejercen precisamente cuando retorna la luz. El hombre es un ser ambivalente por su fugacidad física y su infinitud espiritual y aunque Dios lo transciende por la aparición de la luz, dentro de sus atributos le corresponde también la aparición del canto.

En el paraíso la humanidad estaba en su niñez absoluta, y aunque la niñez sigue perdurando, creo que nos hemos alejado cada vez más de los grandes paraísos- digo grandes, porque todavía hay pequeños paraísos-. En un ensayo de Robert Graves sobre el paraíso, leí dos poemas que me conmovieron mucho, de los poetas ingleses Henry Vaughan y Thomas Traeherne. El del primero dice así:

               

                               ¡Felices esos días remotos cuando yo

                               brillaba en mi infancia angélica!

                               Antes de comprender este lugar

                               designado para mi segunda raza,

                               enseñé a mi alma a no querer nada

                               salvo un pensamiento celestial y blanco;

                               cuando aún no había caminado más

                               de una milla o dos desde mi primer amor,

                               y mirando hacia atrás (a ese corto espacio),

                               pude ver su radiante rostro;

                               cuando en alguna nube o flor dorada

                               mi alma contemplativa se detenía una hora…

El segundo, que es un poema que describe paisajes paradisíacos, dice más o menos así:

“El maíz era oriente y trigo inmortal, que nunca debía ser segado ni jamás fue sembrado.  Creí que había permanecido de lo eterno a lo eterno. El polvo y las piedras de la calle eran como oro precioso: las puertas eran al principio el fin del mundo.  Cuando vi por primera vez los árboles verdes a través de una de las puertas, me extasiaron y me arrebataron: su dulzura y su rara belleza hicieron saltar mi corazón y casi enloquecí de éxtasis, pues eran cosas tan bellas y extrañas… todas ellas permanecieron eternas puesto que estaban en su propio lugar.  La eternidad se manifestaba en la luz del día y algo infinito aparecía detrás de cada cosa que hablaba con mis esperanzas y movía mi deseo.”

Proust, en su lenta revisión de la memoria, casi convierte su “Busca del tiempo perdido” en un análisis teórico de los elementos conformadores del recuerdo involuntario, referido a una parcela específica del tiempo vivido. Bergson por el contrario, trata al tiempo como duración pura. Esa Durée, es la forma que nuestros estados conscientes —Elan vital—, asumen cuando nuestro yo se permite “vivir”, cuando se abstiene de separar su estado presente de sus estados anteriores. La duración pura es lo que está más alejado de la exterioridad, es el verdadero tejido de la realidad, que está perpetuamente deviniendo y nunca es algo hecho, pero es sobre todo en la memoria donde la duración se muestra, pues en la memoria el pasado sobrevive en el presente. Claro, yo planteo que ese paso del tiempo nos afecta de manera destructiva, y que hay que actuar en contra de esa perversión. Bergson plantea más bien un estado contemplativo; pero tal vez, donde más coincido con su planteamiento es en la noción espacial de movimiento ascendente y descendente de ese devenir.

He dicho que el tiempo va modificando, por evolución propia del ser humano, las esencialidades de este último haciéndola derivar hacia especializaciones, es decir que el hombre con el paso del tiempo va especializándose sobre ciertos caminos de evolución o revolución mental, que lo han llevado a realizar planteamientos y hechos de muchos y diferentes significados, incluso contradictorios en todos los ámbitos de su quehacer.  El hombre ha creado una serie de convencionalismos religiosos, morales, sociales, políticos, filosóficos, e incluso artísticos, que han cambiado constantemente no sólo por una imposición de moda, sino por acontecimientos mucho más importantes y profundos.  El hombre ha ido creando una realidad distinta a la que encontró primariamente.  Ahora bien, yo no planteo una revisión de la memoria para hacer un análisis teórico sobre la interacción de una sensibilidad y los componentes de un tiempo específico, y tampoco niego la interacción entre el hombre como integralidad y sus realidades exteriores.

Yo siento que el hombre en su niñez nace puro, con una conformación pura que se modificará notablemente con el paso del tiempo, o por lo menos si vamos a admitir el concepto del mensaje de los tiempos y el inconsciente colectivo de una manera dinámica, el hombre nace con un grado de pureza más alto que con el que generalmente muere. Con esto no me refiero ni estoy planteando un simple retorno a la niñez, ni una simple negación del paso del tiempo, yo lo que siento es una profunda necesidad de purificar, de rescatar, de redimir, los aspectos humanos en el esplendor de su pureza aún en contra de la sociedad y del tiempo.  No pienso como Freud que el artista y el poeta tengan que necesariamente haberle dado la espalda a la realidad por la frustración de unos potenciales humanos específicos, para que luego en un intento de salvarse de la neurosis, a través de la sublimación retornen a la realidad, con su carga de fantasías convertidas en obras de arte, y así poder disfrutar de poder, amor y gloria.

Yo planteo incluso algo más que la búsqueda de esa pureza para factilizarla en monumentos a través del arte: una ética poética de vida, una posición de vida muy firme y muy clara. No puede ser fácil enfrentar la casi totalidad de los aspectos de la sociedad, e ir contra el tiempo y la destrucción que él involucra, para intentar mantener incólume la pureza de los aspectos humanos, para limpiar y depurar el alma humana de la interacción casi siempre azarosa y cruel con que permanentemente la agreden los aspectos exteriores del hombre y su vida. Para ello se necesita mucha fe, mucha voluntad y una potencia extraordinaria; pero sobre todo una gran humildad. “El poeta ha extraído su visión a través de las fuerzas curadoras y redentoras de la psiquis colectiva que subyacen en el alma humana. Con su aislamiento y errores penosos ha penetrado en esa matriz de vida en la que todos los hombres están incrustados, la que imparte un ritmo común a toda la existencia humana y permite al individuo comunicar sus sentimientos y luchas a toda la humanidad”.

C G Jung / El hombre moderno en busca de su alma

El sonido alciónico

…Apolo y Dionisio…

“Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas (…) esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado del otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra “arte”: hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la “voluntad” helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisiaca y apolínea de la tragedia ática”.

Nietzsche /El nacimiento de la tragedia

Si los sueños son la actividad del inconsciente en estado de pureza, la conciencia es la actividad intelectiva y razonante que se conforma, que se va determinando. Para mí entonces, la integración de ambos estados y su dinámica  en conjunto alcanzan su mejor expresión en la imagen poética, que a su vez será también más pura, en la medida en que refleje  fielmente la correspondencia entre los estados oscuros y luminosos del ser humano. Hemos dicho también que ese ser humano a través del arte purifica la vida, reconstruye permanentemente al mundo y le devuelve su integridad. Que además, ese proceso no se logrará utilizando de manera exclusiva la visión luminosa en sí misma o solamente la percepción de las sombras. Apolo y Dionisio no son elementos de una antítesis… antes por el contrario, la unión de ambas partes constituyen al hombre y se cumple también en él el principio de lo creante, de lo que se transforma y se transmuta. Nos remitimos a la Edad Dorada de Hesíodo, que será sucedida por los hombres de bronce y plata, para luego degradarse en el hierro, al modo alquímico… al modo hermético.

Entender esta visión del mundo y del hombre que desarrollaron los Griegos antiguos (los de oro), solo ha sido posible para el hombre moderno, (el hombre de hierro, el hombre que solo habita la fría luz de la conciencia razonante), gracias a la rebeldía de Nietzsche y su rompimiento con las concepciones y pensamientos del hombre clásico, académico, del hombre exclusivamente apolíneo. Para lograr ese retorno, instaura lo que él llama la absoluta libertad de interpretación, la legión de hombres llamados alciónidas, capaces de comprender esa dinámica anímica del hombre que se expresa a través de la tragedia griega, y su capacidad de síntesis creativa y recreativa del acontecer humano en toda su expresión. En su libro El Caso Wagner, y a razón precisamente de esa rebeldía sobre lo apolíneo y académico, Nietzsche nos dice que “(…) ¡cómo podrían ellos echar en falta lo que nosotros, los otros, los alciónidas, echamos en falta en Wagner!: gaya scienza, pies ligeros, chispa, fuego y garbo; la gran lógica; la danza de los astros, el espíritu desatado, el trémolo febril de luz del Sur, la mar serena. Plenitud…” 

“Un espíritu se libera de toda creencia, de todo deseo de certeza, y es arrastrado a sostenerse sobre cuerdas y posibilidades ligeras, incluso a bailar sobre el abismo. Semejante espíritu sería el espíritu libre por excelencia”. Así nos devela Nietzsche la esencia de los espíritus libres, de esa esencia que es hija de los vientos, capaz de transfigurarse a la llegada del solsticio de invierno en el ave apasionada que recoge la brisa marina y se rige por los tiempos sagrados de la luna. Alcione, hija del viento, será esa voz susurrante de la sabiduría emocional, afectiva y pasional del ser humano en cuanto es espíritu libre… es la voz del ánima transmutada en espíritu, la voz que surge del esplendor humano cuando alcanza la integración, la Individuación: “Es preciso ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría. “Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el  mundo”.

Nietsczche / Ecce Homo

La filósofa Alicia García nos decía que: El sonido alciónico es un sonido que transmite la sabiduría de Dionisos, y en ese sentido lo alciónico y lo dionisíaco se identifican, de forma que un sonido alciónico será un sonido de carácter dionisíaco. Mientras lo apolíneo hace referencia al arte del escultor y se presenta como la tendencia hacia un mundo sereno y luminoso de imágenes que flotan sobre la superficie de la realidad; lo dionisíaco al arte no escultórico de la música presentándose con ello como la inclinación por la ausencia tanto de límites como de formas, es el gusto por la indeterminación. La esencia de lo dionisíaco aparece descrita como la embriaguez que surge del horror y del éxtasis que nace de la ruptura con el mundo de la representación y con el principio de individuación. Pero la embriaguez no está ausente en el  estado apolíneo y, para distinguir estos dos estados, Nietzsche introduce una diferencia de tempo en ellos. Lo dionisíaco es más lento porque su grado de embriaguez con respecto a lo apolíneo es mayor, y a mayor grado de embriaguez se da una mayor lentitud y simplificación en la percepción.

Además de esta diferencia de tempo, lo apolíneo y lo dionisíaco se distinguen también por el ámbito que cada uno de ellos alcanza con su excitación: lo apolíneo excita el ojo, por lo que aumenta solo la fuerza de visión. En los estados dionisíacos, en cambio, está excitado e intensificado todo el sistema de las pasiones pudiéndose hablar por tanto de lo dionisíaco como de un estado de seducción. El arquitecto y el escultor, quizás podrían escapar a esas tensiones polares entre Apolo y Dionisio a través de la forma y las proporciones geométricas y de la belleza de las cosas y del cuerpo humano idealizadas en la piedra y en el mármol. Como dice Lewis Rowell, ellos podrán permanecer sin estar poseídos pues su inspiración pesa menos que la proporción y la forma; pero el músico y el poeta, están atrapados en las tensiones de ambas fuerzas. Quizás el concepto de armonía simboliza el estado de equilibrio que hay que lograr, el balance que se debe encontrar entre lo racional y lo irracional, la forma y la emoción.

Será en el hombre integrado y que despliega su actividad creadora utilizando todos sus elementos anímicos y psíquicos, (luz y sombra), donde se producirán los procesos, tanto ascendentes como descendentes de transformación, para que la realidad esté deviniendo permanentemente y de manera completa, no escindida en varias realidades a medias. No puede haber huídas ni escapes, y tampoco el adormecimiento de los sentidos hacia este mundo contingente y corporal. El artista se mantiene alerta; dominado pero alerta. Se siente poseído por los sonidos del alma, pero también su poseedor, pues es su alma la que resuena y en donde se produce la evidencia que colma su fe. Es esa certidumbre de lo eterno, de lo que permanece, y nuestra necesidad de recrearlo en el instante en que vivimos, lo que produce el milagro que se llama hombre, que con su contingente infinitud se constituye a sí mismo en monumento y se erige en todo su esplendor como el último espacio conquistable, como el último desenlace de la audaz esperanza, culminación victoriosa de la realidad: absoluta armonía en aire humano.

La unidad en el alma interior (personalidad)

lo abarcante

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En el inicio de la primera charla, decíamos que La creación, es un enigma para el ser humano, pues aunque seamos contenidos, participemos de su proceso dinámico creativo y estemos inmersos en ella, igualmente somos rebasados y esta nos trasciende. La explicación que se ha dado el ser humano de la creación, no es solo cosmogónica, si no también Ontogénica. La visión que tenemos de la creación no es solo aquella que explica el surgir del universo, su instante de eclosión, el momento de su materialización, sino también aquella que explica el mecanismo invisible que aún provoca la aparición de todos los seres y todas las formas, desde el polvo estelar, hasta un embrión o una imagen. Esta visión, que en todo caso trata de explicar lo inexplicable –por abarcante y trascendente– solo puede ser expresada a través de un proceso de síntesis y nunca dentro de una visión o visiones parciales. Es por ello que el símbolo puede darnos la visión que abarca de manera integral lo que vemos, sentimos, pensamos y aquello que está aún más allá de todo eso.

A lo largo de estas charlas hemos dicho también que ese proceso de transmutación de la creación, se repite en la psique humana en todos sus estados y manifestaciones a través de la Alquimia Espiritual, hasta alcanzar el desarrollo del alma en lo que Jung llamó Personalidad. La Personalidad es la unificación, el abrazo de todo pensamiento, sentimiento y conducta tanto consciente como inconsciente, la guía que regula y adapta a cada individuo a su ambiente externo, las energías que la activan y su distribución entre los diversos componentes de la misma y cuyos cambios tienen lugar dentro del transcurso de la vida del ser humano. Podríamos afirmar que la Personalidad es aquello a partir de lo cual nos convertimos en “Personas”. La Persona no es en este caso un conglomerado de partes añadidas por aprendizajes o experiencias, sino la recuperación de una totalidad originaria. No lucha el hombre para integrarse… ya posee la integración, nació con ella. Lo que debe hacer es desarrollarla hasta el máximo grado de coherencia y armonía. El logro de una especie de psico-síntesis

En la primera charla, también decíamos que en el Mito de la Creación está contenido y simbolizado todo lo interior y exterior, lo horizontal, lo vertical y lo central, lo que surge de la nada, la conciliación de los contrarios, el caos y la ordenación del mundo, el descenso y el ascenso, la materia, el espíritu. Ha sido sin embargo el Maestro Jung quien nos ha enseñado que el símbolo más completo de la creación es el propio hombre. En el centro de su alma individual están en estado de pureza los elementos abarcantes y vinculantes del alma universal que serán llevados de manera integradora a la conciencia a través del matrimonio interior del ser humano de todos sus elementos anímicos, cuya expresión de trascendencia más extraordinaria son el arte y la poesía como respuesta humana a la creación: estado también nupcial del hombre con el Universo… es ese proceso de construir y asumir nuestra individualidad, con el solo propósito de llevar a la conciencia la  sensación de que pertenecemos a una totalidad, y revelarlo  al mundo  a través de nuestro canto…