¿La Diosa Blanca?

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“… cuando la Diosa se encarna, nada se puede hacer, excepto volar hacia la llama y dejarse inmolar” .                                                                                                                                                   Robert Graves

rbEn la Quinta Visión que aparece en el Mito Poético de la página web, teníamos más información sobre Diosa Blanca y su influencia en la actitud mágica-poética de los primeros hombres que le dieron una relación con el mundo un sentido poético. Ahí decimos que “La relación entre los primeros hombres y el universo animado, se expresaba en un lenguaje poético, mágico, sagrado. Este hombre tuvo un concepto dramático de la Naturaleza, en lo divino y lo demoníaco, el orden y el caos, el bien y el mal se hallan en una dinámica de integración y correspondencia constante y con una existencia ligada a la vida del hombre mismo. Cada elemento de la naturaleza para el hombre era original, algo emocional, inarticulado. Así, podemos decir que la naturaleza formaba un todo con el hombre; no solo en el ámbito religioso-espiritual, sino también en el sociocultural.

 Desde África, pasando por Asia, América y terminando en la Europa neolítica, el ser humano poseía un sistema de ideas religiosas notablemente homogéneo, basado en la adoración de la diosa Madre. El mundo antiguo no tenía dioses. A la Gran Diosa se la consideraba inmortal, permanentemente grávida, transformadora y transformante, dueña del misterio, del secreto… en el pensamiento religioso no se había introducido aún el concepto de paternidad, pues todo giraba en función del mágico suceso de la maternidad, el parto, la vida y la muerte. Los hombres temían, adoraban y obedecían a la matriarca, siendo el hogar que ella cuidaba, una cueva o choza, su más primitivo centro social y la maternidad su principal misterio. La luna era el principal símbolo celestial de la Diosa, puesto que inspiraba el mayor temor: no se oscurece al declinar el año y concede o niega el agua a los campos. También el sol , aunque en menor medida , era tenido como símbolo de la Gran Madre …“,

 Pero ¿por qué otra vez la Diosa?… ¿cómo se puede llevar esta explicación del  antiguo mito poético a la actualidad?  Bajo qué contexto, un poeta actual debe seguir ligado a esta visión mágica del mundo?… la respuesta nos la trae el poeta irlandés Robert Graves en su libro La Diosa Blanca. En trece capítulos y un epílogo Graves nos lleva a un estado alterado de conciencia (o más bien de supra conciencia) utilizando para ello la visión de los antiguos celtas y su explicación poética del hombre y el mundo. El nacimiento, la vida y la muerte regidos por las fases de la luna, y finalmente la cíclica  y eterna resurrección del año de 13 meses simbolizado por el dios que sucumbe a la omnipotente Diosa blanca o diosa triple, su madre, su novia…su cuidadora.

Las palabras con la que se estructura el canto poseído por el espíritu de la Diosa, se elaboran con las letras del alfabeto de los árboles. Cada árbol aporta la primera letra de su nominación para componer esta realidad poética que religa los aspectos mágico-anímicos del hombre con la naturaleza, también en su aspecto mágico-sagrado. La Canción de Amergin, es reconstruida por Graves a través de una alquimia secreta, utilizando el alfabeto de los antiguos rapsodas celtas

Soy un ciervo: de sietes púas,
soy una creciente: a través de un llano,
soy un viento: en un lago profundo,
soy una lágrima: que el sol deja caer,
soy un gavilán: sobre el acantilado,
soy una espina: bajo la uña,
soy un prodigio: entre las flores,
soy un mago: ¿quién sino yo
inflama la cabeza fría con humo?

Soy una lanza: que anhela la sangre,
soy un salmón: en un estanque,
soy un señuelo: del paraíso,
soy una colina: por donde andan los poetas,
soy un jabalí: despiadado y rojo,
soy un quebrantador: que amenaza la ruina,
soy una marea: que arrastra a la muerte,
soy un infante: ¿quién sino yo
atisba desde el arco no labrado del dolmen?

Soy la matriz: de todos los bosques,
soy la fogata: de todas las colinas,
soy la reina: de todas las colmenas,
soy el escudo: de todas las cabezas,
soy la tumba: de todas las esperanzas.

Leyendo este libro, en medio de una fiebre de verano tuve un sueño muy intenso con un personaje ficticio que me entrevistaba sobre la poesía. Corría el año de 1993 y el poeta Alfredo Silva Estrada un año atrás me había encomendado que me hiciera un auto-entrevista sobre la poesía, a ver si por fin escribía algo concreto. Como experiencia de alto contenido de sincronicidad tal vez la descripción más precisa, se asemeja a la sentida por el alma del propio Graves en la cercanía a la zona de influencia de la Diosa: “me sentí con un fuerte dolor en el costado, como si me hubiera atravesado el pecho con una lanza”. Transcribo a continuación un extracto de la auto-entrevista que pude escribir después del sueño

PF: ¿Son las mujeres que usted nombra en sus poemas mujeres reales ?

EV: Aún no he conocido a una mujer que no fuera real, pero como dijo Robert Graves en una entrevista, si lo que usted quiere son números telefónicos no los va a conseguir.

PF: Pero usted idealiza a las mujeres

EV: Por favor, las mujeres no necesitan que los hombres las idealicemos, pues estoy muy cierto de que ellas siempre nos desbordan.

PF: De todas maneras dígame, ¿para su poesía la mujer es esencial o no ?

EV: Fíjese qué curioso, empezamos a hablar de poesía y terminamos hablando de la mujer.  Ella es esencial no particularmente para mí poesía sino para toda la poesía, de hecho las mujeres poetas son esplendorosas y cada día hay más mujeres poetas —esto como que lo predijo también Rimbaud—.  Concretamente en mis poemas, y aquí tengo que hablar como poeta hombre, la mujer me es vital por infinitas razones, pero creo que bastaría la de mi primer habitat, mi primera morada fue una mujer.  Aunque no me gustan mucho las explicaciones, así sean poéticas, debo admitir que la explicación del mito poético que hace Graves en su libro “LA DIOSA BLANCA”, explica muy a mi gusto la relación entre la mujer y la poesía, y aunque sé que es fastidioso y latoso, me va usted a permitir leerle textualmente un párrafo muy significativo del prólogo del libro.  Espéreme un minuto: …”Mi tesis es que el lenguaje del mito poético, corriente en la Antigüedad en la Europa mediterránea y septentrional, era un lenguaje mágico vinculado a ceremonias religiosas populares en honor de la diosa Luna o musa, algunas de las cuales datan de la época paleolítica, y que este sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía, “verdadera” en el moderno sentido nostálgico de “el original inmejorable y no un sustituto sintético”:  Ese lenguaje fue corrompido al final del período minoico cuando invasores procedentes del Asia Central comenzaron a sustituir las instituciones matrilineales por las patrilineales y remodelaron o falsificaron los mitos para justificar los cambios sociales.  Luego vinieron los primeros filósofos griegos, que se oponían firmemente a la poesía mágica porque amenazaba a su nueva religión de la lógica, y bajo su influencia se elaboró un lenguaje poético racional (ahora llamado clásico) en honor de su patrono Apolo, y lo impusieron al mundo como la última palabra respecto a la iluminación espiritual: opinión que ha predominado prácticamente desde entonces en las escuelas y universidades europeas, donde ahora se estudian los mitos poéticos solamente como reliquias arcaicas de la era infantil de la humanidad… Sócrates, al volver la espalda a los mitos poéticos, la volvía en realidad a la diosa Luna que los inspiraba y que exigía que el hombre rindiese a la mujer su homenaje espiritual y sexual: el llamado amor platónico, la evasión del filósofo del poder de la diosa para entregarse a la homosexualidad intelectual era realmente el amor socrático.  No podía alegar ignorancia: Diotima de Mantinea, la profetisa arcadia que puso fin mágicamente a la peste en Atenas, le había recordado en una ocasión que el amor del hombre tenía por objeto apropiado a las mujeres y que Moira, Ilitia y Callone —la Muerte, el Nacimiento y la Belleza – formaban un triada de diosas que presidían todos los actos de la generación cualesquiera que fuesen: físicos, espirituales e intelectuales.  En el pasaje del SIMPOSIO donde Platón informa del relato que hace Sócrates de las sabias palabras de Diotima, interrumpe el banquete Alcibíades, quien llega muy bebido en busca de un bello muchacho llamado Agatón y lo encuentra reclinado junto a Sócrates.  Poco después dice a todos los presentes que él mismo incitó en una ocasión a Sócrates, que estaba enamorado de él, a un acto de sodomía del que, no obstante, el filósofo se abstuvo, quedando completamente satisfecho con toda una noche de castos abrazos a su amado y bello cuerpo.  Si Diotima hubiese estado presente, al oír eso habría hecho una mueca y escupido tres veces en su propio pecho: pues aunque la diosa, como Cibeles e Eshtar, toleraba la sodomía incluso en los patios de sus propios templos, la homosexualidad ideal era un extravío moral mucho más grave: era el intelecto masculino tratando de hacerse espiritualmente autosuficiente.  Su venganza contra Sócrates – si puedo llamarla así – por tratar de conocerse a sí mismo a la manera apolínea en vez de dejar esa tarea a una esposa o querida, fue característica: le encontró como esposa una mujer de mal genio e hizo que fijara sus afectos idealistas en aquel mismo Alcibíades que le deshonró haciéndose vicioso, ateo, traidor y egoísta – la ruína de Atenas—  La diosa acabó con su vida con un filtro de cicuta, planta de flores blancas y maloliente consagrada a ella bajo la advocación de Hécate, que le obligaron a beber sus propios conciudadanos como castigo por corromper a la juventud”…  ¿No le parece a usted todo esto muy interesante?

PF: Por favor señor Vidaurre no empiece usted de nuevo a entrevistarme, aunque debo admitir que sí es muy interesante.  Sin embargo dígame una cosa, ¿cómo sería el proceso en una mujer poeta según esta explicación del mito poético’

EV: La poesía antes era más sagrada que ahora, y el primer acto sagrado fue el de la Creación.  Para que la mujer sea creadora tiene que ser fecundada por el elemento masculino —no solo en su aspecto físico—; por más profundo que la mujer pueda llegar en cualquier aspecto, necesitará ser fecundada, para vivir, comprender, generar, crear.  En cuanto al hombre, si no encuentra los aspectos femeninos dentro de sí y no los atiende y entiende, jamás podrá crear nada. Rilke en su carta dirigida a una muchacha, fechada el 20 de noviembre de 1904, le decía …”Es muy natural para mí comprender a las muchachas y a las mujeres; la más honda vivencia del creador es femenina, porque es la vivencia de concebir y parir.  El poeta Obstfelder escribió una vez, hablando del rostro de un extraño: “era” (cuando empezaba a hablar) “como si hubiera tomado lugar en él una mujer”; me parece que esto le va bien a cualquier poeta que empieza a hablar”…

PF: ¿Y usted tiene su Diosa Blanca ?

EV: Afortunadamente sí

PF: ¿Tiene algún nombre?, ¿cómo es físicamente ?

EV: Usted insiste en apoderarse de mis secretos más preciados, pero no lo va a lograr.  Sin embargo, si le puedo decir cómo es físicamente: escuche: es muy blanca, con el cabello casi trasparente de luz, y tiene los ojos azules. Graves le hizo un poema en donde también describe a la suya. ¿Quiere que se lo lea ?

PF: Por supuesto

EV:                  ” Todos los santos la denigran,

                        y todos los hombres cuerdos gobernados

                        por la regla de oro del Dios Apolo,

                        en menosprecio de la cual nos hicimos a la vela

                        para encontrarla

                        en regiones distantes donde más probablemente

                        se halle,

                        a quien por encima de todas las cosas

                        deseábamos conocer:

                        hermana del espejismo y del eco.

 

                        Fue una virtud no quedarse,

                        seguir nuestro obstinado y heroico camino

                        buscándola en la cima del volcán

                        entre hielo apretado o allí

                        donde la pista se había borrado

                        más allá de la caverna de los siete durmientes:

                        cuya alta y ancha frente era tan blanca

                        como la de cualquier espectro,

                        cuyos ojos eran azules,

                        con labios como bayas de fresno,

                        y el cabello de miel ondulante

                        cubriendo sus caderas blancas”.