7-Séptima visión: Lo poético y el símbolo

VII

Lo poético y el símbolo (la transmutación de la palabra)

Poesía y música

Poesía y religión

La imagen y los sueños (la escala de Jacob)

Poesía y alquimia

Poesía y la psicología analítica

Hemos visto que el hombre en un esfuerzo para vincularse con el todo y a través de una visión artística, ha venido reproduciendo, representando y repitiendo el drama del proceso de la creación, desde su búsqueda del origen hasta la manifestación de la forma. La relación entre el universo creado y la dinámica que hace posible su manifestación sensible en general. Además el ser humano en sí mismo contiene todos los elementos necesarios para que se produzca el fenómeno creativo, tanto físicos, biológicos, potenciales vibracionales, energéticos, mentales y espirituales. Es pues a través del arte, la poesía y el acto creador en general, como el hombre entiende, manifiesta, reproduce y por ende se vincula con el principio de la vida, que no es otro que el eterno devenir de la materia y su proceso de transmutación que la convierte en un soplo de espíritu. Lo visible y lo invisible en un sola vibración, en un eterno retorno.

Este drama, constituye a su vez  una postura poética… una explicación poética del mundo, en donde el acto creador resume en una síntesis, todos los procesos, las partes y sus infinitas relaciones, en un solo evento, en una sola visión. El ser humano, ese ser fragmentado, centro de todas las oposiciones posibles e imposibles y por la gracia de lo poético, será nuevamente redimido, reconstituido, y con él, a un mismo tiempo, es recompuesto el mundo, integrado en su absoluta integridad. Desde los orígenes, vale decir desde aquel principio y la toma de conciencia de este en el hombre, la explicación poética del mundo y de la creación, ha tomado casi siempre tres elementos a saber: la energía cósmica o circular espiral, la determinación de esa energía en la forma o la materia, y el impulso o aliento vital que las penetra de manera activa e infinita, constituyendo a su vez lo que sentimos como permanente.

Lo manifiesto a los sentidos y lo que se revela más allá de la luz y la mirada… Lo que se mantiene en el misterio, el misterio de la creación, el misterio de la sagrada trinidad. Esta trinidad, (la potencia, la forma y la energía) constituye la revelación más extraordinaria que emerge de la integración de los elementos anímicos del hombre y sus procesos invisibles (por llamarlos de alguna manera, para distinguirlos de los visibles o sensibles en general: es decir la integración de los elementos arquetípicos universales o los componentes del inconciente colectivo con el inconciente individual y luego su posterior integración en la conciencia). “El hombre entre la tierra y los cielos. Ese especial devenir de la especialidad Bergsoniana, donde el ascenso y el descenso muestran en una sola imagen la diversidad y la unidad por ella constituida. Algo así como un ángulo cuyo vértice se encuentra arriba, de manera que lo que asciende provoca la unidad, mientras que lo que desciende la separa”.

Esta visión, esta recomposición del mundo en su pureza que implica el asumir el acto creador, esta fluctuación arrebatada del yo hacia el afuera, su valentía y su retorno hacia nosotros, este matrimonio de opuestos y contrarios donde vemos con absoluta diafanidad la unidad, es constituida y conformada en la imagen a través de la palabra. Entre todas las actividades creadoras, tejer, danzar, moldear la tierra, hay una que priva: El verbo, la palabra. Es a través de la palabra como el mundo se constituye. El mundo como texto vivo que surge a través de la palabra. El hombre, a través de la imagen poética, asume lo infinito, lo permanente. Lo fugaz, e individual en términos universales y permanentes. Será sin embargo esta palabra, una palabra cargada de la energía primordial, cuyo contenido simbolice y exprese el sentido de la creación como transformación constante, con todo lo que ello implica, es decir, sacrificio, purificación, vida, muerte, resurrección. La imagen será en este caso simbólica,  será lo abarcante.

Cuando percibimos y conocemos a través de nuestros atributos racionales, normalmente percibimos la parcela más inmediata y selectiva del mundo que les pertenece, o su mundo más inmediato (hablo de nuestra representación mental del mundo), pero cuando conocemos a través de la emoción y la afectividad experimentamos acontecimientos extraordinarios que nos pondrán en contacto con otros mundos, y por supuesto con otros estados de consciencia, pudiendo ocurrir incluso, la disolución de nuestra consciencia del ego, como pueden ser el mundo del terror, del miedo, el enamoramiento, lo maravilloso o cualquier otro fenómeno que nos trascienda. Personalmente siento que la poesía, está muy lejos de los mundos inmediatos de las cosas, que para percibirla se necesita un estado especial de consciencia, y es a lo que se llama estado poético. El poeta para mí, es el individuo que se ha conectado, y se ha dejado poseer por ese estado poético, y cuyo resultado de ese encuentro, de esa posesión, es capaz de convertir en un poema.

El poeta como creador usa la palabra, pero la transmuta, la simboliza. La transmutación de la palabra utiliza como crisol el símbolo, porque  contiene el sentido mágico y primario de las primeras nominaciones.  No subsiste nada más puro y cercano a nuestro origen en función de la palabra, que los primeros símbolos. Es por ello que el poeta expresamente utiliza la palabra en su contenido más puro, mágico y vital. No es lo mismo nombrar la ROSA en un poema —cuántos poetas buenos y malos lo han hecho— que nombrarla con toda la potencia de su contenido simbólico. Hay palabras incluso que inducen por sí solas a estados especialísimos de consciencia como los mantras búdicos, o los mantras de los rapsodas incas y aymaras del altiplano boliviano.  Yo creo en la transmutación poética de la palabra, que nos lleva a otros estados de consciencia, de conocimiento diferentes al que se produce en el mundo inmediato de las cosas.

                            “Cuando hablo del sol

                               Una gran rosa púrpura

                               Se enreda en mi lengua

                               Aún así no me es posible callar“

                                                             Odiseas  Elitys

Poesía y Música…

En una auto-entrevista sobre el cuerpo de la poesía del año 1973, yo decía que: “El arte es fruto de la mente, del espíritu.  Yo prefiero hablar de la mente como totalidad y no de intelecto o de emoción por separado, porque esas son divisiones artificiales que el hombre se ha puesto a sí mismo.  La emoción, el intelecto, los sueños, el amor, son todos generados y producidos por la mente humana, y mientras no exista trascendencia de los mismos, o interacción con los acontecimientos azarosos del exterior; todos ellos se encuentran en un estado de pureza mental.  Cuando yo le digo que el poeta es un redentor del espíritu del hombre, me refiero a ese elemento mental en su totalidad”.  

En verdad, más que búsqueda, debería haber dicha purificación, limpieza de aquello que se ha pervertido. También podría interpretarse como una renovación. Me gusta nombrar a la danza como ejemplo de la conjunción entre lo físico y lo espiritual en el arte, y siempre cito a Sonia Sanoja, quien lo dice de una manera exquisita: “El cuerpo es el lugar donde transcurre nuestra vida. El cuerpo es el soporte de nuestra vida cotidiana, de nuestra vida biográfica, de nuestro ser existente. Esto es algo tan natural que podría parecer innecesario decirlo. Pero la unidad del hombre como ente físico y como ser pensante, existente, está siempre amenazada, siempre en desequilibrio y en olvido dentro de la sociedad en que vivimos. La danza invita a una meditación sobre el cuerpo, sobre la armonía, las relaciones entre el cuerpo y el ser en existencia:  el ser humano como totalidad. A través de la danza, uno puede sentir ese insólito equilibrio entre el cuerpo y el ser no corpóreo que también somos, entre el ser perecedero y el ser como creación”.

Kandinsky, padre de la pintura abstracta y artista visual, espacial por excelencia, nos dice en su libro DE LO ESPIRITUAL EN EL ARTE, que el espíritu humano puede ser convertido en monumento, en obra autónoma y al mismo tiempo  ligada a la actividad y la atmósfera espiritual del hombre pero con realidad material…”La verdadera obra de arte nace misteriosamente del artista por vía mística, separada de él, adquiere vida propia, se convierte en una personalidad, un sujeto independiente que respira y que tiene una vida material real.  No es pues un fenómeno indiferente y casual que permanece indiferente en el mundo espiritual, sino que posee como todo ente fuerzas activas y creativas.  La obra de arte vive y actúa, colabora en la creación de la atmósfera espiritual… Yo, por mi parte como músico-poeta, y a pesar de ser un amante de la línea, de la proporción, del espacio, de la forma y de la luz que permite ver a través de estos (como dijo Borges) tenues instrumentos que llamamos ojos, sé que el espíritu puede tener también la gravedad del monumento… y la música es la evidencia más representativa de esta afirmación.

Poesía y religión…

              Voces, voces. Oye, corazón mío, como sólo antaño

                oían los santos: que la gigantesca llamada

                Les alzaba del suelo, pero ellos seguían de rodillas,

                impasibles y sin atender: así estaban oyendo.

                No es que tú aguantaras la voz de Dios, aun de lejos.

                pero escucha lo que sopla:  El canto ininterrumpido,

               que se  forma del silencio

                                                                                                              Rainer María Rilke

                                                                                                              Elegías de Duino  1

La nave central de Saint-Benoit-Sur-Loire, monasterio benedictino de Fleury, se conserva en su pureza románica a pesar de que el monasterio ha sufrido adaptaciones posteriores como su bella cúpula gótica. Allí, dentro de sus limpios espacios, donde se cierra un día más a través de los vitrales orientados hacia el oeste,  suenan las salmodias de plegaria que componen el OFICIO DE COMPLETAS —ad completorium— antecediendo la venida de “El gran silencio”. Y es allí, cuando nuestras almas resonando a su vez, entenderán cuán poco importan los antecedentes de estos cantos cristianos, o la disertación histórica sobre su origen y evolución, o si hay cantos cristianos de oriente u occidente, si el canto bizantino como el gregoriano son cantos monódicos, antifonarios, responsoriales, salmódicos y melismáticos.

Lo que se impone, lo que nos subyuga es el espíritu que animó la creación de estos cantos, “el espíritu litúrgico” que surgió de nuestra necesidad de clamar, nuestra necesidad de plenitud, de consuelo, de fe en que alguien escuchará y nuestra necesidad de alabanza a ese ser omnisciente, pero sobretodo, nuestra necesidad de pureza, de restitución, de permanencia y de fusión con ese ser que a lo mejor no nos escucha. Sin embargo, todas estas necesidades, se producen en nosotros, seres insatisfechos, carentes, impuros, impermanentes, seres duales “cuerpo-espíritu” y lo más terrible, conocedores de su implenitud, pero con los atributos del canto. “El hombre es apenas una parte más de la irradiación de Dios“, dijo Dionisio Aeropagita. Para el cristiano, el acto de creación es único, y de ese acontecimiento primario, el universo avanza en línea recta, sin retornos posibles, sin ciclos. Dios es atemporal, infinito, y el hombre, que está sujeto al dinamismo de esa irradiación es iluminado por su luz, pero en sí mismo no es luminoso.

El conocimiento producido por la irradiación divina sobre nosotros, nos revela que no somos luminosos, que no somos puros, que moriremos y que nuestro aliento no alcanzará para clamar ante Dios nuestra necesidad de fusión con Él. Que la distancia es terrible, que la grieta que nos separa y nos produce la conciencia de la alteridad es insalvable, pues nunca podremos fusionarnos a lo que sabemos inefable sino a través de la muerte. En medio de nuestra soledad y de nuestra intermitencia surge una pena tan infinita como Dios, una pena incesante que nuestra fe convertirá a su vez en un clamor y un canto también incesantes. Somos una mezcla de cuerpo y alma, y es nuestro cuerpo en donde se manifestarán la acontecimientos de nuestra vida, es nuestro cuerpo, el espacio que ocupa y su interrelación con lo externo, lo que nos producirá la conciencia de que somos nosotros, de que somos individualidad, que existe la alteridad, que no somos Dios; pero el clamor, el grito de nuestra alma, ¿quien lo escuchará ?

              ¿Quién si yo gritara, me oiría entre la jerarquía

                de los ángeles? Y suponiendo que me tomara

                uno de repente hacia su corazón, me fundiría con su

                más potente existir. Pues lo bello no es nada

                más que el comienzo de lo terrible

                que todavía apenas soportamos.

                                                                                         Rainer María Rilke

                                                                                  Elegias de Duino  1

Ese afán de ser escuchados por Dios, guió el espíritu de aquellos santos padres que, como San Gregorio y San Ambrosio buscaron la pureza y la esencialidad en sus cantos litúrgicos a la manera angélica, “El canto incesante de los ángeles”, el único modo de cantarle al ser puro, innombrable, el único modo de tener contacto con aquello que no somos pero que necesitamos ser, el único modo de cantarle a la plenitud presentida por la fe, contraponiendo a nuestra palpitación cesante, una melodía infinita, sin instrumentos que contaminen dicha pureza, lo más esencial posible, sólo con el sonido de nuestro aliento, aunque nuestro aliento no alcance para la alabanza. Para nosotros, hombres hoy, sigue vigente el espíritu que animó aquel clamor, pues estamos más solos, más desamparados, más inciertos.

Así como la nave central del monasterio benedictino de Fleury se ha mantenido en su pureza original, a pesar de las modificaciones  sufridas a través del tiempo, el espíritu que animó los cantos litúrgicos  se mantuvo puro con la evolución que los fue transformando en las magníficas estructuras polifónicas, pureza que  más  tarde fue rescatada de los excesos sufridos, gracias a los últimos polifonistas como Guillaume Dufay, Orlando de Lassus y posteriormente por Palestrina y Monteverdi. Ahora más que nunca debemos cumplir con la exigencia de San Benedictino cuando decía en su regla del canto litúrgico: “No antepongáis nada a la obra de Dios”, ejerciendo nuestros atributos  del clamor y  del canto,  para  llenar con ellos la distancia, pues sólo el canto nos sostendrá en este enorme vacío, sólo nuestra vocación de pureza nos salvará de la terrible visión de la muerte y de la tragedia de la alteridad.

La imagen y los sueños (la escala de Jacob)

Poesía y alquimia

Poesía y la psicología analítica

El estado especial de conciencia, y la dinámica perpetua que transforma el espíritu en materia y la materia en espíritu, y que habíamos denominado: estado poético, tiene su vínculo y su origen en la pureza del sueño. El sueño media entre el mundo de la materia y el mundo del espíritu, el tiempo del instante y la eternidad. Según no dice la analista Susan Hiller: “En el sueño de Jacob la escalera por  la que subían y bajaban los ángeles simboliza la posibilidad de la transición entre estos dos aspectos de la realidad en la mente del soñante. El tiempo no existe y hechos análogos del pasado y del futuro se perciben simultáneamente cuando el sueño abre camino de un mundo a otro, estableciendo una relación entre la realidad terrenal y la realidad espiritual”. Estos procesos y sus especialícimos movimientos de ascenso y descenso, están profundamente vinculados a los procesos de transmutación alquímica, la transmutación del ánima Junguiana, a la individuación y a lo que llamamos  transmutación de la palabra.

En la charla inical, decíamos que, respondiendo al principio de correspondencia (Kybalion) porta el hombre el extraordinario poder de hacer realidad aquello que sucede “en nuestro arriba”: las simples ideas de nuestra mente finita correspondiendo al reflejo de un Orden Universal e Infinito constituyendo síntesis idénticas, difiriendo apenas en su grado de “manifestación”. Manifestando en el “abajo”, dentro del plano de nuestra realidad material y “Creando” y reflejando ese mismo orden celeste o creando a partir de una idea sutil en nuestra mente algo tangible, comprobable ya sea en el plano físico, en el mental o en el espiritual. Esta dinámica hará posible el cambio de un estado de consciencia a otro a voluntad. La mente como una otra cualquiera manifestación emanada a partir de lo Divino creado a partir de su sí mismo (Dios, Creador o simplemente Ser). Esa es la verdadera esencia de la filosofía hermética, de la auténtica Alquimia Espiritual: aquella que nos permite  reconciliar los opuestos dentro nosotros mismos, tal y como lo planteo Jung.

En 1924, en su manifiesto del Surrealismo, André Bretón pedía el reconocimiento de las fuerzas del inconsciente y del sueño como la realización de las verdades humanas naturales, ilógicas, ocultas y secretas. Haciéndose eco de Freud y de Jung, Bretón establece que es a través del sueño “vía regia hacia el inconsciente” que encontramos esas fuerzas. “Quizá haya llegado el momento -continúa Bretón- en que la imaginación esté próxima a recuperar los derechos que le corresponden. Si las profundidades de nuestros espíritus ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie, o de luchar victoriosamente contra ella, es del mayor interés captar esas fuerzas, captarla ante todo…”

Los primeros poetas surrealistas, aquellos soñadores que mediante el dictado mágico proveniente del inconsciente producían sus poemas en estado de trance, sin atenerse a convenciones lógicas, literarias o sociales, cambiaron la vida, cambiaron el arte, o más bien lo rescataron, reencontrándolo a través de los sueños, para llenar el mundo con “las bellas imágenes” y aunque inclinaron en demasía la balanza humana en contra de lo que ven nuestros ojos abiertos y en contra de la validez de la experiencia y la razón, su actitud apasionada hizo con el arte y con el hombre, lo que hoy llamamos justicia poética. No existen dos realidades contrapuestas, hay una sola dinámica que determina al hombre en su totalidad, y en donde el sueño y el choque existencial mantiene una constante correspondencia.  Jung decía que: Así es que una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto inconsciente más amplio que nunca, está definido con precisión…

Solo la poesía o el sueño pueden crear la imagen que explique lo inexplicable de la realidad en su totalidad. El soñante con los ojos abiertos. En su libro de los sueños, Susan Hiller nos dice que: “el soñador dormido es abrumado por las fuerzas de lo desconocido. El soñador despierto hace frente a esas fuerzas, las integra y las convierte en aliadas. Ciertas tradiciones enseñan a estar conscientes mientras se sueña, estar despierto y mantener el dominio mientras se duerme forma parte del proceso que conduce a la iluminación”. Pierre Reverdy, el gran poeta francés nos decía que: la imagen es una creación pura del espíritu. No puede nacer de una comparación, sino del acercamiento de dos realidades más o menos alejadas. Mientras más alejadas y justas sean las relaciones de las dos realidades acercadas, más fuerte será la imagen, más poder emotivo y más realidad poética tendrá… en todo caso, es la realidad poética la que contiene o puede expresar a través de la imagen y el símbolo todos los aspectos de la realidad… la realidad poética abarca y comprende todas las realidades del ser humano y sus correspondencias

Como poeta siento una diferencia fundamental con el Surrealismo en cuanto a que la “realidad poética” surgiese exclusivamente de esa otra realidad mental que conforman los sueños y el inconsciente. La realidad pura de la mente por una parte y los acontecimientos azarosos y externos que rigen nuestra existencia bajo la determinación dimensional de tiempo-espacio (y que llamamos REALIDAD a secas) por la otra, coincidirán en un mismo sujeto cuya mente, inicialmente en estado de pureza, se verá alterada por la representación que el mismo se vaya formando del mundo. Ese hombre capaz de integrar la realidad pura del espíritu con la realidad vivida, sensible y perceptible, o en otras palabras, ese hombre capaz de llevar la visión de su mundo anímico más allá de la simple realidad, trasponiendo el azar, el tiempo y el espacio convencional, será el poeta, quien logrará dicha integración mediante la imagen. Algo así como un soñante con los ojos abiertos.

No hablamos aquí del conocimiento racional o luminoso y del conocimiento emocional u oscuro por sí mismos. Hablamos de una revelación de una visión. Esta imagen integradora, creadora y única, que nos da la imagen poética, surgida del choque de la luz con las sombras, nos evoca a la princesa Mirabai y su nardo azulado, que habiendo recogido toda la luz intensa del sol sobre los campos, la contienen concentrada en su centro más interno para devolver esa misma luz con la llegada de la noche, transformada en aroma delicado para arrojarlo al viento… De igual manera el ejercicio de los atributos creativos del ser humano, en cuanto ser a la vez luminoso y sombrío, será ejercido en su totalidad… con toda la luz y toda la sombra, transformándose a sí mismo con la duración, en esa verdad surgida de su centro: en el delicado aroma que nos embriaga cuando escuchamos los sonidos del alma. Hablamos en este caso del artista, del poeta, del hombre total, del hombre integrado en su integralidad, del hombre iluminado por las sombras…

Esta vez además el éxtasis será acompañado e inducido por el ánima exquisita de los poetas que volcaron nuevamente su mirada hacia los sueños con los ojos abiertos para recomponer la realidad en una visión abarcante y totalizadora, revolucionando con ello y para siempre el modo de sentir, de amar y de sufrir. Ya no será pues solamente la tierra luminosa, o la naturaleza abrumante de luz quienes determinarán esa correspondencia amorosa del hombre con el mundo. Será también la profunda y oscura levedad del viento. Y si hay algo terrestre, se insinuará apenas en el pasajero roce de la brisa sobre las rosas de la noche… o las ondas estremecidas de un lago. Toda la tristeza recogida del instante, en la impresión fugaz de una gota de agua o de luz en la mejilla de una muchacha. He aquí pues los sonidos del alma… a los amados sonidos, con sus cadencias apasionadamente refinadas, como la imagen retenida en el alma cuando nos susurran al oído que los caminos del amor pueden ser  apenas la esencia de un suspiro…