CORPUS – Elizabeth Schön

En el siguiente link, está la versión eBook del libro

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Proemio

Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todo.

Ser poseído por Ti, y conducido por la indefinible potencia de tu Cuerpo

Teilhard de Chardin – Himno al universo

Proemio

La dimensión poética en la que se instauró el proyecto editorial llamado Editorial Diosa Blanca, se encuentra unida desde sus inicios al cuerpo y a la presencia física, anímica y espiritual de la poeta Elizabeth Schön. Fue pues bajo su inspiración y en su homenaje que se unificaron los esfuerzos de constituir un cuerpo y un tejido editorial (a modo de cúpula celeste donde contemplar el esplendor de la Belleza) que ha intentado trascender con humildad hacia esa otra luz interna del alma, sus últimos poemarios: Aún el que no llega, La flor, el Barco y el Alma, El río hondo aquí, Ráfagas del establo, La granja bella de la casa, Visiones extraordinarias y de manera póstuma El Cigarrón.

Ella, como una encarnación de la Diosa, así como la evocación contenida en el libro La Diosa Blanca de Sir Robert Graves, le dieron nombre y bautizaron el nacimiento de esta editorial, incluso mucho antes de que surgiera este poemario, este CORPUS como culmen de toda su obra y cuya publicación coincide a su vez con el centenario de la llegada corpórea a la luz de su inspiradora. Digo culmen, pues en el contexto sincrónico y asombroso (como dice José Luis Ochoa en su conmovedor epílogo que acompaña esta edición) del último regalo esencial de Elizabeth, está contenida la visión de esta urdimbre que se despliega hacia los extremos inacabables del Aion, donde ya no solo contemplamos desde el aquí el esplendor abovedado, sino que somos sumergidos, re-bautizados y lanzados hacia el corazón de la propia Belleza, en un confluir, integrador e imantando así a la editorial con la propia voz de la Diosa. En el libro mencionado, La Diosa Blanca. Una Gramática histórica del mito poético, Graves vuelve la mirada hacia el origen de la creación. Es decir, el principio femenino y la dinámica que concibe y gesta el «Corpus» de todos las seres vivientes o las formas de la materia creada, sosteniéndolas luego en la existencia a través de sus atributos continentes y nutricios. La Diosa primigenia, original, la Gran Diosa Madre  —asimilada a las fases de la luna como metáfora de los cambios y la transformación — cuyas múltiples advocaciones la han venido revelando desde los primeros mitos y sus derivaciones en casi todas las religiones: la «Diosa Blanca del Nacimiento, el Amor y la Muerte», centro y vínculo simbiótico con las criaturas, deviniendo incesante desde el tejido íntimo, primario y secreto, hasta la salida del cuerpo vivo y aprehensible en su expansión y su despliegue inefable. Complemento de lo visible, de la materia o su reverso, será ese otro cuerpo inasible: trama o urdimbre que en términos humanos y a través del lenguaje comunicante que constituye la palabra poética, constituirá el culto y ritual mágico-sagrado que el hijo ejecuta para mantenerse vinculado con la Diosa: Mi tesis es que el lenguaje del mito poético, corriente en la Antigüedad en la Europa mediterránea y septentrional, era un lenguaje mágico vinculado a ceremonias religiosas populares en honor de la diosa Luna o musa, algunas de las cuales datan de la época paleolítica, y que éste sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía, “verdadera” en el moderno sentido nostálgico de “el original inmejorable y no un sustituto sintético.

Así nos revela Graves, en el proemio del libro citado, la dinámica de ese aliento primordial (siempre ha sido ella quien ha pronunciado el secreto) de ese verbo o cordón invisible que sostiene con su aliento toda la existencia en su manifestación más pura y verdadera: la palabra transmutada. La poesía como respuesta de la criatura al aliento susurrante de la Madre Universal. El cuerpo, así revelado, no será entonces una individualidad separada de su origen sino, por el contrario, estará profundamente ligado y en correspondencia apasionada a todas las instancias de la creación, formando parte de ese gran «Corpus» cósmico y al mismo tiempo cuántico que, aunque vislumbrado como estático y eterno, es un cuerpo movible, cuerpo rodante y múltiplemente manifestado en su despliegue existencial: vida-muerte-resurrección.

Resonando con la Diosa Blanca de Robert Graves, y estableciendo esa secuencia pasmosa entre la elipsis del sentimiento religante con la Diosa desde el hombre primitivo al hombre actual como hijos de la misma y única madre, Joseph Campbell en su libro El poder del mito, confirmaba de manera asombrosa esta epifanía: Las fases de la luna eran las mismas para el hombre del Paleolítico que hoy para nosotros; también eran idénticos los procesos propios del útero. Podría ser, pues, que la observación inicial que condujo al nacimiento, en la mente del hombre, de la mitología de un misterio que informa de los asuntos terrestres y celestiales, fuese el reconocimiento de una armonía entre estos dos órdenes articulados a partir del factor del tiempo: el orden celeste de la luna creciente, y el terrestre del útero, de la materia, de la mater(…)La diosa madre, puede contemplar diferentes facetas como al ser la diosa de la vida de la que surge la vida, al ser vinculada con la luna, la vida que renace un nuevo ciclo.

La Madre será pues la generadora, la vasija que contiene la manifestación más densa de la luz, el principio y el sentido de eso que llamamos «Corpus» …será la reina de la materia (Mater), es decir de lo manifiesto, de lo múltiple, de la forma, mientras que de manera paradojal, será ella misma también la dueña del susurro, del canto sosegado, del secreto indescriptible, la portadora y la continente de la energía, del Verbo, que sostiene al cuerpo. En una auto-entrevista sobre la poesía como lenguaje vinculante, yo decía que la poesía pertenecía al reino de lo indefinible porque muy personalmente creo que ella pertenece al principio femenino, es decir al principio contenedor. La poesía jamás puede oponerse a nada, incluso creo que parte de la labor de un poeta es mostrar que la oposición es una apariencia, una ilusión. La madre no puede ser opuesta al hijo. La materia, la forma, lo definible, todo proceso de mutación, de cambio, nacimiento-muerte y lo imperdurable, es penetrado, sostenido, antecedido y seguido por un espacio contenedor que nunca nace en sí mismo, sino que siempre está grávido o dando a luz a las formas. Ese es el principio de lo femenino como contenedor no nato de la creación y la destrucción; donde creo que pertenece la poesía y por supuesto el vacío.

La Diosa Blanca

Todos los santos la denigran, y todos los hombres cuerdos
gobernados por la regla de oro del Dios Apolo,
en menosprecio de la cual nos hicimos a la vela para encontrarla
en regiones distantes donde más probablemente se halle,
a quien por encima de todas las cosas deseábamos conocer:
hermana del espejismo y del eco.
Fue una virtud no quedarse,
seguir nuestro obstinado y heroico camino
buscándola en la cima del volcán,
entre hielo apretado o allí donde la pista se había borrado
más allá de la caverna de los siete durmientes:
cuya ancha y alta frente era tan blanca como la de cualquier leproso
cuyos ojos eran azules, con labios como bayas de fresno,
y el cabello de miel ondulante cubriendo sus caderas blancas.
Una verde savia primaveral agitándose en el bosque joven
se prepara a celebrar a la Madre Montaña,
cada pájaro cantor trinará un rato para ella;
pero a nosotros se nos ha dado, aún en noviembre,
la estación más cruel, tal agudo sentido
de su magnificencia desnuda
que olvidamos la crueldad y la traición pasadas,
sin importarnos donde puede caer el próximo rayo.

De esta manera Graves, manteniendo y actualizando la secuencia sagrada del ritual, le rinde su homenaje a la Diosa Blanca como el hijo que retorna transformado por el nutriente de su sangre hecha palabra. De acuerdo a esta explicación del mito poético y aunque son muchas las evidencias de estos rituales en casi todos los poetas, nos conmueve de manera ejemplar y puntual que otro hijo tan poéticamente lúcido como Rainer María Rilke, ejecute su ritual de amoroso reconocimiento a esa generadora de la materia, a la Mater, a la dueña de este Reino, del aquí, del ahora, del eterno presente:

¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas… ¿pero quién eres tú?

Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Solo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.

A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.

Como hijo también arrojado a la intemperie, y ante la epifanía encarnada de la Diosa en la mujer llamada Elizabeth Schön, y desde mi corporalidad frágil y profundamente herida, algo incontenible desde mi alma arroja el homenaje transido y redentor de los retornos en busca de la unión y del origen perdido:

Atravieso la herida del jardín

Tu cuerpo extendido es mi respuesta

A la intemperie

Cada piedra cada hoja cada nido de ave

En los balcones donde la mirada te recrea

-He dispuesto un claustro secreto para ti

Un pozo un árbol una columna

El brillo de la huella de tu ombligo

Espacio sagrado en forma de rosa o cruz

Lejos de la mirada del padre de mi padre

Me desnudo en la sombra

Entro en el recinto con los ojos cerrados

Recuesto mi cabeza en su regazo

Tengo intimidad con la Diosa

Mas, para nuestro asombro, en este libro ya no está inscrito el ritual mágico-sagrado desde la dimensión del hijo o de la criatura que responde amoroso con su canto al arrullo sosegado y a la vez intenso de la Diosa. Se trata aquí con absoluta certeza del fluir trascendente de la creación, que en sí mismo revela en una sola visión y de manera unívoca, la corriente de ese río movible, ilimitado de la propia voz de lo continente y nutricio femenino en todo su esplendor y en toda su grandeza. Es la Propia Diosa quien nos susurra al oído el secreto, quien nos vuelve a empapar con sus aguas primordiales, esas que brotan del aquel lugar central desde donde venimos, quien nos habla sin intermediaciones a través del conjuro sagrado que invoca y convoca al espíritu sobrenatural de la poesía… quien ha hecho posible que esta se manifieste, se haga presente y se haga cuerpo trascendente en este libro para revelarnos que: Nunca el cuerpo es para lo lejano y si lo corta el viento lo empapa la lluvia lo encoge la sed ¿Qué es el cuerpo? Entre la sombra íntima que sin cesar nos conduce, yace la ilimitada permanencia de un río sin lupas, hojas, escudos, río él‚ así, completo que al pertenecer a nuestros cuerpos  va abriendo el enjambre de los tiempos donde la voz de muchas voces se nos precipitan en otro río más de moldes memoriosos resistencias frágiles parajes arcaicos del corazón

***

Bendita seas, poderosa Materia,

evolución irresistible, realidad siempre naciente,

tú que haces estallar en cada momento nuestros esquemas

y nos obligas a buscar cada vez más lejos la verdad.

Teilhard de Chardin – Himno a la materia

Los parajes arcaicos del corazón: el corazón, centro fluyente y confluyente donde se imanta el río de la vida. En este libro, no nos habla la voz de la Diosa de una visión que separe e individualice al cuerpo de los demás elementos constitutivos del ser humano, no se trata como dijimos de una Oda, cántico o visión poética del cuerpo por sí mismo; me atrevería a decir que no se trata tampoco de hacer una escisión entre el aspecto material y corpóreo del ser humano y ese otro cuerpo trascendente, abarcante e inaprehensible de la creación misma: el cuerpo total del Ser. Nosotros, los seres humanos, lo primero que escuchamos al entrar en el torrente incesante de la vida es el corazón acompasado de nuestras madres, su latido secreto, antiguo y continente. Madre: concavidad arbórea de la matriz, caverna íntima y oscura que se ramifica hacia adentro y hacia afuera, con sus raíces y sus ramas hacia la luz y el aire, revocando así esas nefastas dualidades, ajenas a ese corazón rojo en sí mismo entre trinitaria y centro hacia los extremos irrompibles de sus límites. Para latir y estar rozar y ocultar proseguir hasta detenerse. Y este, el otro, el cuerpo débil frente al alma no posee los garfios con que detener aquellos lanzados por las nefastas dualidades ajenas Cuerpo, nuestro, de anhelos y rechazos. Alucinante entre aire, aires de aromas, aires. Bajo aleros aires de aires largos  movibles como el amor. Hacia la íntima y propia caverna nuestra morada Brillosamente claro, oscuro tenso Espuma, lanza, puntuación Y porque se nutre de raíces nubes, cargas, cartas se nos hace clave, sortilegio,  apoyo de cuenca horcón y porque es carne, sangre nunca es doble en su despliegue de pasos  con la anónima huella quedándonos y quedando sobre el estambre musgoso de todo árbol entregado a su sombra a la lumbre distante de un trueno, de una cúpula.

En un ensayo sobre el poeta Armando Rojas Guardia, yo decía que en el monumental libro El fenómeno humano, Pierre Teilhard de Chardin nos regalaba la más extraordinaria de las visiones que haya podido alcanzar la humanidad. La tercera parte del capítulo II: El árbol de la vida, curiosamente sucedida por el capítulo de Deméter y el Hilo de Ariadna o la ascensión de la conciencia, reitera el carácter sagrado del principio femenino como fuente y origen de todo lo manifiesto creado. La potencia vital de la tierra (ánima mundi) desde donde la semilla del árbol de la vida se expande, la revolución celular, el número áureo, la primavera de la vida, su incesante reproducción desde el átomo hasta la inflexión del pensamiento del hombre sobre sí mismo y la toma de conciencia hasta llegar al plano espiritual, bajo el despliegue de un solo y unívoco cuerpo, al modo de San Pablo en Corintos I 15:35-54 en su Tricotomía: Cuerpo Somático, Cuerpo Psíquico y Cuerpo Pneumático, en una dinámica de transformaciones y de correspondencias, sin cesuras, castraciones o mutilaciones.

El alma es la cualidad subjetiva del cuerpo, y el cuerpo es la manifestación objetiva del alma, nos sigue diciendo Teilhard de Chardin agregando en su ya mencionado Himno a la Materia, tal vez la más grandiosa proclama de amor a lo corpóreo y material: Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no como te describen, reducida o desfigurada, los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen de fuerzas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad. Te saludo, inagotable capacidad de ser y de transformación en donde germina y crece la sustancia elegida. 

Esta visión, mas que una resonancia sobre una verdad ya olvidada en el pasado o perdida en los orígenes, surge y proviene de manera actualizada de ese cuerpo vivo y presente que nos entrega la voz de la Diosa Madre, la sagrada materia, siempre naciente, que hace estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obliga a buscar cada vez más lejos la verdad.

Ungidos por esa verdad y santificados desde el centro donde todo ocurre por este cuerpo de poemas, la Diosa-Poeta despliega a modo de tejido conector, una cosmogonía donde el cuerpo adquiere las dimensiones del alma. Esta visión se puede asimilar al decir de Mircea Eliade en su libro Mito y Realidad: Cosmogonía como modelo ejemplar de toda especie de hacer. No solamente porque el cosmos es el arquetipo ideal a la vez de toda situación creadora y de toda creación, sino también porque el cosmos es una obra divina. Está pues santificado en su propia estructura por extensión todo lo que es perfecto, pleno, armonioso, fértil, en una palabra todo lo que está cosmizado, todo lo que se parece a un cosmos es sagrado. Hacer bien cualquier cosa, obrar, construir, crear, estructurar, dar forma, in-formar, formar todo esto equivale a decir que se introduce algo a la existencia, que se le da vida y en última instancia, que se lo asemeja al organismo armonioso por excelencia: el cosmos, así pues, el cosmos por repetirlo una vez más, el cuerpo del Universo entero, es la obra ejemplar de la Divinidad, su obra maestra.

***

Hay una sola materia, un cuerpo que llega a ser espiritual

y un espíritu que deviene en soma o materia.

Teilhard de Chardin – El fenómeno humano

El fenómeno místico está descrito como la vivencia directa que se establece por el encuentro o la unión del alma con lo inefable. Ya en el poemario El río hondo aquí, la Diosa revelaba el reverso de esta vivencia al evocar el prólogo del evangelio de San Juan: En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y la Palabra era Dios. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron. Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Ya no será entonces el anverso del verbo revelado por un Dios trascendente, inasible, innombrable, inalcanzable y el hombre quien desprendido de su cuerpo, de su aquí, de su ahora, inicie el vuelo para que su alma y sólo su alma se una con lo trascendente del ser, más allá de su entendimiento de lo explicable. Pues la conmovedora verdad que establece esta revelación, es que lo creado por el impulso amoroso de la luz se hace cuerpo, se hace materia y ello solo puede ocurrir con la intervención del principio femenino, la inmaculada concepción, de lo gestante, nutricio y continente. Será entonces el alma quien descienda amorosamente al cuerpo, lo busque, lo sostenga, lo nutra a modo tal que eso inefable, inasible e inalcanzable se hace carne para habitar entre nosotros y a través de la comunión integradora cuerpo-alma-espíritu poder exclamar: este es mi cuerpo y esta es mi sangre.  El ritual poético así revelado, establece la unión corporal del cielo en la tierra, del giro cósmico que el universo da sobre sí mismo con las estaciones de la tierra y las del alma, los nacimientos y las eclosiones de vida, la muerte y la resurrección. Nada hay más manifiestamente femenino y materno que los rituales eucarísticos que le rinden homenaje a la dinámica transformadora del alimento. Estos rituales le dan sentido al cuerpo gestante y naciente como un solo cuerpo, a los frutos de la tierra, a la transformación alquímica del proceso nutricio (la sangre que se transforma en leche) y a todo aquello que contiene y alimenta, amplificándose también hacia al alma ahora manifiesta y visible en el aquí en los espacios de la tierra, como símbolo y representación del aspecto maternal de la Divinidad. De la nada surgirá la luz para descender por la Gracia de la gravedad hasta devenir materia, CORPUS de la Madre Tierra, luz que traspasando en su recorrido lo continente, se hace circular para cantarnos en su propia voz, esa verdad hecha Árbol.

Árbol cuya raíz se corresponde con la última rama abierta al cielo, con la sublimación luminosa de los aromas, con el centro. Corazón donde todo confluye y al mismo tiempo parte hacia el despliegue de la vida y la existencia. Los cabalistas al establecer toda una vivencia mística a través de la palabra y las letras del alfabeto, revelan esa dinámica de la luz hecha materia. El sabio Isaac Luria nos revelaba que la dinámica de la creación se origina en la explosión de la luz o su fragmentación. El Tsimtsum, (llamado Big Bang por los astrofísicos modernos) es el repliegue humilde de la divinidad que se hace cuenco, espacio gestante, Útero, Matriz. Bajo el impulso de un corazón que se rige por los latidos amorosos de la intermediaria o llamada fuerza femenina de la Divinidad (Shejinah), esa luz  inmutable y perfecta se ha contraído, replegado en sí misma, sacrificando su propia existencia para que surjan las criaturas, la materia, en el Reino de la Madre, de la Diosa, donde la luz se hace CORPUS iluminado o receptáculo de todo su esplendor, en el pleno corazón o centro confluyente que si no llamamos Belleza, no sabríamos que nombre darle.

Este misticismo a la inversa, o el Alma que busca apasionadamente al cuerpo para sostenerlo entre el Reino de los cielos y el Reino de la tierra, de la forma, del aspecto visible de la luz, está conmovedoramente expresado por otra Shejinah, otra encarnación de la Diosa: la mística Simone Weil quien en su libro La gravedad y la Gracia nos revela que todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia. Siempre hay que esperar que las cosas sucedan conforme a la gravedad, salvo que intervenga lo sobrenatural. Dos fuerzas reinan en el universo: luz y gravedad. Descender con un movimiento en el que no intervenga la gravedad… La gravedad propicia el descenso, el ala propicia la subida: ¿qué ala a la segunda potencia puede propiciar un descenso sin gravedad? La creación está hecha del movimiento descendente de la gravedad, del movimiento ascendente de la gracia y del movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia. La gracia es la ley del movimiento descendente.

Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego, nos reiteraba el Santo Teilhard de Chardin, como hijo que reconoce a su madre en los retornos.

Amparados pues por la Gracia que ha descendido hacia nosotros para habitarnos en lo más íntimo, bajo la luz del fuego de la Diosa y arrullados por su canto, asumimos nuestra vida, nuestra existencia desde el sexto corazón llamado Tiferet o Belleza, atados al hilo de su palabra, para repetir como ritual eucarístico de la palabra, como oración de entrega y comunión amorosa: este es mi cuerpo, tu cuerpo, su cuerpo, CORPUS devenido árbol de luz, que no se detiene por llegar, ni se suspende el destino, que no se opone a morir, ni contradice la rúbrica de lo elegido, ni lo corpóreo de toda pasión. Cuerpo nuestro, tuyo, mío, de algas, pendones si les son necesarios. Recipiente de la espera y el diálogo, ayuda al sueño al llevar consigo el arraigo de lo estable, lo sorpresivo del abandono, lo imprevisto del estupor. Resistente, de la arboleda primaria andante, torrentoso en antigüedad. Autista, por golpes, precipitaciones, botijón, estanque. Cuerpo sí, cuerpo, carácter, opaco, gualda. Cuerpo de cuerpo, miedo, amor, amparo y agresión, apariencias y neblinas ambulantes. Cuerpo, cierto placer de casas, sí, dadas, cuerpo, casa tuya, cuerpo tuyo, mío,  muro con intermitencias no localizables por las ráfagas tumultuosas ajenas, distantes. De cara al sol, cuerpo círculo, de cara al otro, cuerpo para el otro que está y aguarda. Cuerpo este, materia del primer arroyante arroyo en volcada blancura de nube turbia, esparcida. Cuerpo, figura de la primera piedra. Cuerpo tendido, activo, en pelambre, rótula entre alto techo y horizonte interno jaula, verja solar. Hacia la decidida maduración de lo íntimo interno del alma. Madurez: puerta de la casa puerta: corazón.

Edgar Vidaurre